domingo, julio 22, 2012

El Beso de la Sirena | Andrea Camilleri


Gnazio Manisco reapareció en Vigàta el 3 de enero de 1895, a los cuarenta ycinco años, y en el pueblo ya nadie sabía quién era, ni él conocía a nadie, trasveinticinco años en América.Hasta que tenía casi veinte años había trabajado como temporero, y sehabía desplazado con su madre y una caterva de braceros, de campo en campo,donde ora había que hacer la escamonda de los árboles, ora recoger almendrasu olivas, habas o guisantes, ora tomar parte en la vendimia.De su padre no sabía nada de nada, salvo que se llamaba Cola, que se habíaido a América cuando él aún estaba en la barriga de su madre, y que ya nohabía vuelto a dar señales de vida, ni buenas ni malas. Entonces su madrevendió la casa en la que vivían en el pueblo, de una sola habitación —total, los braceros no necesitan techo, duermen al raso, bajo las estrellas y, si llueve, serefugian debajo de los árboles—, y se metió el dinero en un pañuelo apretadoen la pechera. Al final de cada semana, sacaba el pañuelo y guardaba el dinerode la paga que había conseguido economizar.La cuadrilla de braceros a la que pertenecían Gnazio y su madre, porqueGnazio había empezado a trabajar a los cinco años por un cuarto de paga,estaba al mando del tío Japico Prestia, que los llamaba a todos «piojos». A lossiete años, al oír que lo llamaban «piojo», Gnazio se enfadó.—Usted, señor Japico, debe llamarme Gnazio, yo no soy un piojo.—¿Te ofendes porque te llamo así?—Sí.—Te equivocas. Esta tarde te lo explicaré.Cuando tenía ganas, el tío Japico, una vez terminado el trabajo y antes deque anocheciera, se ponía a contar historias y todos se reunían para escucharlo.Por eso aquella tarde contó la historia de Noé y el piojo.—Cuando el Señor Dios se cansó de los hombres, que se hacían siempre laguerra y se mataban sin cesar, decidió borrarlos de la faz de la Tierra con eldiluvio universal. Y de esa extinción habló con Noé, que era el único hombrehonesto y bueno que había. Pero Noé le hizo notar que, junto con los hombres, morirían también todas las bestias, que no tenían la culpa del desdén del Señor.


Una fábula increíble que te va a cautivar desde la primera frase. Andrea Camilleri crea una historia de amor increíble; donde lo importante es aceptar a las personas tal como son. Anteriormente ya había leído un libro sobre este autor y ya me había cautivado pero con esta fábula Camilleri se va a convertir en uno de mis autores favoritos. Si te apetece leer un espléndido libro no lo dudes, éste es tu libro.

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