domingo, febrero 14, 2010

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas


El ascensor se elevaba con extrema lentitud. Vaya, debía de estar subiendo, imaginé. No lo sabía a ciencia cierta. Porque ascendía tan despacio que yo había perdido el sentido de la dirección. Es posible que bajara y es posible, asimismo, que no se moviera en absoluto. Yo me había limitado a decidir arbitrariamente, haciéndome una composición de lugar, que el ascensor subía. Pero era una simple hipótesis. Sin fundamento. Tal vez hubiese ascendido hasta el duodécimo piso y bajado hasta el tercero, o quizá estuviera de regreso tras dar una vuelta alrededor de la Tierra. No lo sabía.
Aquel ascensor nada tenía que ver con la máquina barata y funcional, similar a un cubo de pozo evolucionado, que había en mi apartamento. Ambos aparatos eran tan distintos que costaba imaginar que se denominaran de igual modo y que tuvieran idéntica estructura y función. Porque los separaba una distancia tan grande que excedía mi comprensión.
En primer lugar, estaba su tamaño. El ascensor donde me hallaba era tan amplio que habría podido utilizarse como una oficina pequeña. Lo suficiente como para que sobrara espacio tras poner una mes, una taquilla y un armario, e instalar, además, una pequeña cocina en su interior. Quizá incluso hubieran cabido tres camellos y una palmera de tamaño mediano. En segundo lugar, estaba la pulcritud. Se veía tan limpio como un ataud nuevo. Tanto las paredes como el techo eran de un reluciente acero inoxidable, sin mácula, sin un resto de vaho que los empañara, y una tupida alfombra de color verde musgo cubría el suelo. En tercer lugar, era terriblemente silencioso. Cuando entré, las puertas se cerraron deslizándose sin hacer el menor ruido -literalmente, el menor ruido- y reinó un silencio absoluto. Tan denso que ni siquiera podía discernir si el ascensor estaba detenido o en marcha. Un río profundo que fluía en silencio.


Un genial libro del que desconocía el argumento, a mi Haruki Murakami me encanta aunque en la mayoría de las ocasiones me deja superdesconcertado. En esta historia todo lo contrario, el primer párrafo de esta historia resume perfectamente la esencia de este genial escritor. Sin embargo en este relato nos lo deja todo bien clarito no hay sitio para dudas. Si de momento no habéis leído nada de este escritor, creo, que éste debería de ser el primer libro que deberéis leer para que luego no os sorprenda con sus otras historias.
Una encantadora historia hacia el fin del mundo, hacia la nada , hacia un mundo interior, hacia una ciudad donde nosotros marcamos el tempo, las reglas, las prohibiciones…

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